Desde la orfandad institucional, en un profundo estado de precariedad, deprimido, con pocas esperanzas de mejorar mi vida, en diciembre leí dos libros dentro de la disciplina histórica. Referencias que solo a los historiadores (buenos, medianos y malos) les pueden decir algo. Más aún en nuestra edad posthistórica, malamente. Dos trabajos que reflexionan y discuten el hacer humano en el tiempo y en el espacio, en su camino, método y formas de registro. Historia asumida desde la primera de ellas como la fundación clara de la Escuela de los Annales francesa con Marc Bloch. Otra, más cercana a nosotros pero ya vieja, la de Aguirre Rojas que recuenta formas y escuelas, tradiciones y elementos críticos para la construcción de un discurso histórico auténtico, no positivista ni anquilosado. Dos obras que representan un momento de lectura y recepción, la primera de Bloch en la segunda de Aguirre. Obras que seguramente han sido multiutilizadas en las aulas de los salones universitarios mexicanos y del mundo. Posturas que involucran una sensibilidad para la construcción de algo más que historias oficiales. El historiador entonces tiene capacidad de renombrar y descifrar, usa su bagaje intelectual para dar una recreación robusta y completa de los hechos humanos en el tiempo, en el espacio, en las subjetividades. Aguirre es claro en su posicionamiento antipostmoderno, como una gran ala de la escuela historiográfica actual decide posicionarse. Bloch, menos contaminado, despunta con una claridad que nos lo coloca como un verdadero faro para el hacer historia. Obras que nos permiten comprender el sentido del tiempo humano, el cronos, dentro de ambientes, relaciones, poderes, instituciones, en su mismo hacer. Y no digo cultural, para que fijar la atención en la pauta antropológica, tan repudiada por ciertos historiadores, pero eso sí, lo humano es humanamente hecho. La historia responde, sin los mayores matices postvanguardistas posthistóricos, a la investigación de las condiciones en las cuales otros sujetos, colectivos, entidades y personajes vivieron, sus filias, sus miedos, sus preferencias, sus gustos, su economía, su hacer cotidiano, sus creencias, sus sistemas de pensamiento, su vida efectiva reconocida mediante testimonios de la índole que sea. Historia que no es sólo escritura ni desciframiento paleográfico, que es comprensión geográfico-ambiental, conocimiento tradicional y de costumbres, hábitos y pliegues en los cuales han quedado los sedimentos de otros tiempos, otros espacios, otros actores. La invitación, posthistóricamente, es a leerlos.

Bibliocosmos 22