Mucho tiempo

equivoqué

esfuerzos y actos,

palabras y personas,

lugares y momentos.

Poco ví que mi dolor

no era silencio

sino turbio manto

de desconsuelo.

Equivoqué mi idea

de vivir y gozar

y el sufrimiento

entre las máscaras

arrebatadas a los años

era en verdad un hierro intenso,

incandescente y cruento,

quemando el alma y el cuerpo.

Últimamente equivocó

también otras cosas,

circunstancias y momentos,

pero descubrí un aliento

en seres desconocidos,

en grandes ejemplos,

hoy más vivos y más cuerdos

que todas mis ideas pasadas,

que todos mis grises intentos

de ser parte de un mundo

que no me necesitaba

al cual no pertenezco.

Y aunque el dolor exista

aún dentro de mi tiempo

estos seres hoy presencia

me enseñan a cada momento

que aprender a vivir distinto

debo, que no puedo enquistar

en mi vida el resentimiento,

que necesito responder

a cada paso y a cada tiempo

la realidad de mis días,

al sonar nuevo y fuerte

de lo que yo desconozco:

ser cambiado no recuerdo

ser presente no pasado

ser aquí, para mí y para ellos.

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